El pasado día seis asistí a la charla que el juez D. Emilio Calatayud impartió en Las Palmas de Gran Canaria. Como él advirtió, nada nuevo, la “doctrina Calatayud” es la ya conocida, sólo que los ejemplos son recientes, claro. Escuchándolo se puede concluir que las leyes son adecuadas y no hace falta cambiarlas, sólo tenemos que aplicarlas y que cada cual cumpla con su función.
Unas horas más tarde mataron a Iván Robaina a patadas en una zona de discotecas de Las Palmas. Según los testigos, Iván intentó pacificar un altercado y eso le costó la vida. Los detenidos por el asesinato, como suele pasar con frecuencia en estos casos, son cuatro jóvenes con un relevante historial delictivo detrás. De hecho, uno de ellos estaba en libertad a la espera de juicio por intento de apuñalamiento a otro ciudadano al haberle clavado un destornillador en el pecho, y los cuatro acumulan más de treinta incidencias con las autoridades judiciales y policiales.
Por ello, hemos vuelto a oír de nuevo la necesidad de una buena educación como la única vía que puede evitar con ciertas garantías episodios tan repugnantes como éste. Y ya está: ahí concluye todo la propuesta una vez más.
De los sucesos que tienen lugar en las aulas cuando se intenta educar no vamos a contar nada nuevo, de hecho, cada vez que se decide colocar policías en las puertas de los institutos, las autoridades no hacen sino certificar toda la tensión que se vive dentro y que debe afrontar el profesorado solo, ante unos treinta alumnos/as por clase, algunos de los cuales quieren aprender y demasiados sólo quieren romper cualquier dinámica para provocar su expulsión del centro educativo.
Dos obligaciones importantes se han sumado recientemente a este contexto educativo: los centros se están viendo obligados a asumir funciones que antes no les correspondían, tienen que cubrir todas las deficiencias sociales que el alumnado muestra, y los niveles de exigencia han cambiado considerablemente por la propia evolución del saber como tal y sus aplicaciones.
Así, parece fácil concluir que, relativamente, estamos peor que antes, en el sentido que seguimos sin poder formar a una gran parte de la sociedad, a la que estamos condenando a un fracaso vital absoluto, y porque la diferencia entre los objetivos académicos, educativos, marcados y los alcanzados es aún muy elevada.
Si todo parece que debemos empezar por cumplir y hacer cumplir la ley, ¿cuándo llegará ese día? Se alega que los jóvenes actúan así porque saben que “las leyes son blandas” y no les pasa nada: delinquir es “muy barato”, pero ¿los adultos y lo responsables incumplimos las leyes por el mismo motivo? ¿Quién va a romper este círculo vicioso en el que al parecer nos encontramos? ¿Quiénes son responsables de denunciar y sancionar a los incumplidores? ¿Hasta cuándo se va a seguir con esta mascarada? ¿Cuándo las AMPAS de los centros públicos van a exigir una auténtica enseñanza de calidad, que empiece por ser exigentes con todo su colectivo, en lugar de ceder a la tentación del foco publicitario? ¿Cuándo vamos a asumir que el fracaso escolar es un fracaso vital, como acredita este asesinato, y que hay que evitarlo a toda costa? ¿Por qué no se toma ni una sola decisión que corrija verdaderamente el destino de estos chicos desde que se ve que se tuerce?
En fin… lustros con el mismo tema…